ACTIVIDADES DE LA ILUSTRACIÓN 1 - ACOMPAÑAR
Autor> Oscar Senonez / La ausencia de ilustraciones en este artículo es intencional.
Este texto fue escrito originalmente en 2009. Lo reescribo hoy, no para corregirlo sino para afinarlo: para situarlo frente a nuevos lectores, nuevos contextos editoriales y con la perspectiva que da el tiempo de oficio. El planteo sigue siendo el mismo, pero la responsabilidad intelectual también creció. Si por curiosidad quieres ver el artículo original puedes hacerlo en Sen Imago
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Una de las actividades fundamentales de la ilustración es acompañar.
La ilustración no es un acto solitario. No existe para sí misma ni se justifica en el aislamiento. Acompaña siempre a algo: un texto, una idea, un producto, un discurso, un contexto editorial. Su razón de ser está en esa relación.
Entre la ilustración y aquello que ilustra se establece un vínculo de mutua dependencia. No se trata de subordinación, sino de coexistencia funcional. La ilustración sostiene, refuerza, orienta, tensiona o, en ocasiones, incluso contradice a su compañero. Puede apoyar, atraer, embellecer, informar, sugerir o criticar. Pero siempre dialoga.
Ilustrar es aludir. Es construir un anclaje visual que remite a otra cosa. Separada de su contexto, la ilustración pierde buena parte de su potencia comunicativa. Puede resultar atractiva en términos formales, pero queda incompleta. Aun cuando capte la mirada del lector, esa mirada está destinada a volver —inevitablemente— hacia su compañero.
La ilustración no está hecha para ser contemplada en soledad.
Los compañeros de la ilustración
Hablar de ilustración implica, necesariamente, hablar de sus compañeros. Identificarlos es entender su campo de acción.
Campo de trabajo
La ilustración no es una producción aislada de su ámbito. Su campo de trabajo es amplio y transversal, y atraviesa buena parte de la cultura visual contemporánea.
Está presente en el cine, en el diseño de mundos, personajes, vestuarios y atmósferas. Vive en los envases, en los afiches, en las revistas, en los libros, en el diseño de moda, en los videojuegos, en las interfaces digitales, en los dispositivos móviles. Incluso cuando no la reconocemos explícitamente, la ilustración opera de manera tácita.
La ilustración vive acompañando. Esa es su condición natural.
Texto
El texto es, quizás, el compañero más habitual de la ilustración editorial. Desde un título hasta una narración extensa, desde un manual técnico hasta una nota periodística, la ilustración puede intervenir para orientar la lectura, expandir el sentido o abrir nuevas capas de interpretación.
Cuentos, novelas, enciclopedias, diccionarios, libros escolares, publicidad, prensa: allí donde hay palabras, la ilustración puede aparecer como mediadora entre el contenido y el lector.
Marca o producto
En el ámbito publicitario, la ilustración acompaña marcas y productos. No lo hace del mismo modo que acompaña a un texto: aquí opera sobre valores simbólicos, identidad, recordación, tono y posicionamiento.
La ilustración no describe únicamente; construye relato alrededor del objeto o la marca.
Idea o concepto
Existe un vasto territorio donde la ilustración acompaña ideas abstractas o conceptos complejos. Este campo incluye la publicidad (storyboards), el cine y la televisión, los videojuegos (diseño de escenarios, personajes, objetos), la educación, las conferencias, la arquitectura y hasta ámbitos judiciales, donde la ilustración puede clarificar procesos o situaciones difíciles de registrar de otro modo.
En algunos casos, el ilustrador es convocado para acompañar procesos creativos, ayudando a visualizar ideas en tiempo real. Allí la ilustración no es un resultado final, sino una herramienta de pensamiento.
Acompañar como decisión editorial
Hace algunos años, tras el fallecimiento de la escritora Liliana Bodoc, participé junto a otros colegas —ilustradores que habíamos trabajado en distintos libros de su obra— en una exposición dedicada a esas ilustraciones, acompañada por charlas y encuentros públicos.
Lo verdaderamente significativo de esa muestra no fue la calidad de las imágenes expuestas, sino una decisión curatorial precisa: cada ilustración estaba acompañada por el libro al que pertenecía. Quien lo deseara podía abrir el volumen, encontrar el fragmento ilustrado y reconstruir el vínculo entre texto e imagen. Podía analizar qué se había ilustrado, qué se había omitido y, sobre todo, por qué esa imagen y no otra.
Ese gesto convertía a la exposición en un espacio de lectura, no solo de contemplación. La ilustración dejaba de ser un objeto autónomo para recuperar su función original: acompañar un texto, dialogar con él, iluminarlo desde una decisión visual concreta.
Una exposición de ilustración que prescinde de su acompañante pierde buena parte de su sentido. La ilustración no existe únicamente para el placer estético. Su razón de ser es comunicar, narrar, orientar la lectura, construir sentido. Separarla de aquello que acompaña es desactivar el núcleo mismo del oficio.
Comprender para completar
La ilustración siempre estará ligada a uno o varios de estos compañeros. Incluso cuando la observamos fuera de su contexto —en un catálogo, una exposición o un museo— su comprensión plena depende de conocer aquello que acompaña.
Es recién cuando ilustración y compañero se encuentran que la imagen despliega todo su sentido. Antes de eso, solo vemos una parte del mensaje.
Acompañar no es un gesto menor: es el núcleo mismo del oficio ilustrativo.
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En 2020 realicé una temporada del Podcast Sen Imago en la que retomé estas ideas y las adapté al formato sonoro, explorando sus implicancias desde otra cadencia y otro modo de escucha. Quienes deseen acceder a ese material pueden hacerlo en el siguiente enlace: PODCAST
