Antes de que todo fuera ilustración, el problema del anacronismo (II)
Autor> Oscar Senonez / La ausencia de ilustraciones en este artículo es intencional.
En el artículo anterior abordé el problema del anacronismo aplicado a la ilustración: la tendencia a llamar ilustración a cualquier imagen antigua que hoy nos parezca comunicativa. Esa práctica, aunque frecuente, no solo es conceptualmente incorrecta, sino que entorpece la comprensión misma del oficio.
En esta segunda parte quiero detenerme en un caso paradigmático de ese error: el llamado Libro de los Muertos y otras obras de similar antigüedad que suelen presentarse, sin demasiadas reservas, como ejemplos tempranos de ilustración. Mi objetivo no es desvalorizar esas producciones —su importancia histórica, simbólica y cultural es indiscutible—, sino explicar por qué, desde el punto de vista del oficio, no pueden considerarse ilustración en sentido pleno.
El problema es terminológico. Y, por lo tanto, conceptual.
Mientras que en las pinturas rupestres el error radica en creer que toda imagen que "ilustra" algo es ilustración, en obras como el Libro de los Muertos el desliz consiste en asumir que la mera coexistencia de texto e imagen basta para hablar de ilustración.
Recordemos la premisa que vengo sosteniendo desde 2009 y a lo largo de varios artículos: la ilustración se define por un conjunto de factores que actúan en conjunto, no por uno aislado. Si tuviera que resumirla en una sola frase, diría que la ilustración es un oficio, y esa palabra engloba esa multiplicidad: dependencia, intencionalidad clarificadora, cadena comunicativa, adaptación al soporte.
El caso del Libro de los Muertos
El llamado Libro de los Muertos es un conjunto de textos funerarios del Antiguo Egipto, compilados y utilizados durante más de mil años, cuyo objetivo era guiar al difunto en su tránsito por el más allá. No era un "libro" en el sentido moderno, sino una serie de fórmulas, himnos, conjuros e instrucciones escritos en papiros, paredes de tumbas o sarcófagos, para acompañar al muerto hacia la vida eterna.
Estos textos solían ir acompañados de imágenes altamente simbólicas: escenas del juicio de Osiris, representaciones de dioses, demonios, el pesaje del corazón y pasajes rituales. Tanto texto como imagen estaban destinados a un contexto religioso y ceremonial muy específico, comprensible solo para quienes compartían ese sistema de creencias y códigos simbólicos.
El Libro de los Muertos no fue concebido para ser leído como lo hacemos hoy. Sus imágenes no explican el texto ni buscan hacerlo más accesible. Operan simbólicamente: ritualizan, invocan, activan creencias. El "lector" no es un lector moderno, sino el difunto o el sacerdote iniciado. La imagen no ilumina un contenido: forma parte del rito. Su eficacia depende del simbolismo, no de la claridad.
A esto se suma un dato fundamental que suele pasarse por alto: en muchos casos, las imágenes no funcionan como ilustraciones externas, sino como parte del propio sistema de escritura. Los jeroglíficos egipcios son signos visuales que cumplen funciones lingüísticas, simbólicas y rituales simultáneamente. No describen una escena: operan como lenguaje.
En ese contexto, texto e imagen no se relacionan como en la ilustración moderna. No hay un texto que la imagen deba aclarar, ni una imagen que interprete un contenido ajeno. Ambas confluyen en una misma entidad simbólica y ritual. La imagen no acompaña: es texto. Y el texto, a su vez, es imagen.
Esta fusión refuerza que no estamos ante ilustración, sino ante un sistema expresivo y religioso donde las categorías modernas —texto, imagen, lector, intención comunicativa— no aplican del mismo modo.
Debo señalar, sin embargo, que también en la actualidad existen libros donde texto e imagen se funden de manera similar: el "texto" es imagen y la imagen es texto; se leen visualmente. Los llamados "silent books" son, en esencia, así.
Dada la humilde tesis que vengo proponiendo, no considero a los libros sin texto como "libros ilustrados", sino como "libros visuales" u obras de narrativa gráfica. No hay necesidad de usurpar el término "ilustrado" para referirse a ellos.
Seguramente les dedicaré un artículo completo a desarrollar y aclarar esto en otro momento.
Tres etapas para pensar la historia sin forzarla
En el artículo anterior mencioné que la ilustración no aparece de la nada: es el producto de un largo desarrollo. Pero no por eso sus antecedentes carecen de valor; al contrario. Lo indispensable es aclarar conceptos para no forzar genealogías artificiales.
Para evitar anacronismos, propongo una división conceptual simple, no estrictamente cronológica, sino funcional:
- Expresión La imagen es autónoma. Ella es el contenido. Las pinturas rupestres son el ejemplo más claro: rituales, mágicas, territoriales o simbólicas. No hay evidencia fehaciente de intención ilustrativa comunicacional. No hay lector definido, ni texto a iluminar, ni encargo aclaratorio. Hay expresión. No hay ilustración.
- Proto-ilustración La imagen se relaciona con un sistema de significados más amplio: mitos, doctrinas, relatos compartidos. Aparecen símbolos, secuencias, repeticiones. Puede aparecer junto a un texto, pero no está claramente subordinada a él en sentido ilustrativo. Su lectura requiere iniciación, conocimiento previo, pertenencia cultural. La función no es aclarar, sino operar dentro de un sistema simbólico cerrado. Aquí ubico muchas imágenes de manuscritos antiguos, incluyendo el Libro de los Muertos: hay relación texto-imagen, pero no ilustrativa en sentido estricto.
- Ilustración per se La imagen acepta no ser el centro y asume conscientemente el rol de acompañar e iluminar un contenido ajeno. Aquí confluyen intención comunicativa clara, lector definido, decisiones tomadas en función de ese lector y una cadena ilustrativa completa. Solo entonces hablamos de ilustración como oficio.
Esta división nos sirve para clarificar el oficio del ilustrador sin diluirlo.
Tomando esta perspectiva, podríamos decir que la ilustración per se se atisba cuando aparece "la mise en page" —término conocido en el mundo editorial que explicaré más adelante—. En los próximos artículos analizaré dónde, cómo y cuándo aparece realmente la ilustración.
