DIBUJAR NO ES ILUSTRAR E ILUSTRAR NO ES DIBUJAR
Este texto fue escrito originalmente en 2009. Lo reescribo hoy, no para corregirlo sino para afinarlo: para situarlo frente a nuevos lectores, nuevos contextos editoriales y con la perspectiva que da el tiempo de oficio. El planteo sigue siendo el mismo, pero la responsabilidad intelectual también creció. Si por curiosidad quieres ver el artículo original puedes hacerlo en Sen Imago
La pregunta que lo origina continúa vigente:
¿Todo dibujo es una ilustración?
La respuesta corta es no.
La respuesta interesante exige detenerse.
Definición por función, no por apariencia
Para que una imagen pueda ser considerada ilustración, no alcanza con su factura técnica ni con su apariencia visual. La ilustración no se define por cómo se ve, sino por qué hace y dónde actúa.
Ilustrar implica operar dentro de un sistema de condicionantes. Una ilustración existe en relación con elementos externos a ella misma: un encargo, un lector, un soporte, un contenido y un propósito comunicacional. Sin ese entramado, la imagen puede ser muchas cosas —dibujo, obra plástica, ejercicio gráfico, exploración visual— pero no ilustración en sentido estricto.
En las últimas décadas se ha vuelto frecuente encontrar productores de imágenes que se autodenominan ilustradores sin que exista una intención comunicativa clara detrás de su trabajo. Imágenes que no acompañan nada, que no iluminan ningún contenido, que no responden a una necesidad editorial concreta. En esos casos, lo visual se vuelve autorreferencial: importa más el estilo que el sentido, más la firma que el mensaje.
No se trata de una cuestión de habilidad. Hay dibujos técnicamente torpes y dibujos extraordinarios que, aun así, no ilustran nada. Del mismo modo, existen ilustraciones eficaces que no dependen del dibujo como técnica —piénsese en la fotografía, el collage o los recursos puramente tipográficos—.
De allí el principio fundamental:
Dibujar no es ilustrar, e ilustrar no es dibujar.
Dos actos distintos, dos aprendizajes distintos
Dibujar y ilustrar son prácticas diferentes, aunque puedan coincidir en una misma persona.
El aprendizaje del dibujo suele centrarse en aspectos formales: anatomía, perspectiva, composición, luz, sombra, gesto. El aprendizaje de la ilustración, en cambio, pertenece al campo de la comunicación: interpretar un contenido, entender un contexto, anticipar una lectura, tomar decisiones visuales en función de un destinatario.
Muchos ilustradores ejercen su oficio de manera intuitiva, incorporando estas nociones por experiencia más que por reflexión teórica. Eso no invalida el resultado, pero sí suele dificultar la posibilidad de pensar la ilustración como un sistema, algo especialmente relevante en el ámbito editorial.
Las dos actividades fundamentales de la ilustración
Toda ilustración auténtica cumple, al menos, dos funciones básicas:
1. Acompaña
La ilustración no existe en soledad: acompaña un texto, una idea, una narración, un discurso editorial. No compite con él ni lo reemplaza; dialoga.
2. Ilumina
Ilustrar es arrojar luz sobre el contenido. Aclarar, expandir, sugerir, tensionar o enriquecer el sentido. No decorar, no embellecer gratuitamente, no distraer.
Cuando estas dos actividades no están presentes, la imagen puede ser interesante, bella o provocadora, pero no está cumpliendo una función ilustrativa.
La cadena ilustrativa
La ilustración no es un acto aislado, sino el resultado de un proceso. A ese proceso lo denomino cadena ilustrativa.
Está compuesta por cinco eslabones fundamentales:
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El cliente
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El público
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El soporte
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El contenido
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El propósito
Cada uno de estos elementos condiciona las decisiones visuales. Ignorar alguno de ellos debilita el conjunto. La ilustración final es siempre el resultado de la tensión y el equilibrio entre estos factores.
Desde una perspectiva editorial, esta cadena no es opcional: es estructural.
Ubicación y responsabilidad
El dibujo, como práctica autónoma, puede prescindir de todos estos elementos. Puede no acompañar, no iluminar, no dirigirse a nadie en particular. En ese caso, no hay conflicto alguno.
El problema aparece cuando una imagen descontextualizada pretende ocupar el lugar de la ilustración sin asumir sus responsabilidades comunicativas. Cuando se confunde exhibición con función, expresión personal con discurso editorial.
Conviene aclararlo con precisión: esto no implica que la ilustración sea una actividad superior al dibujo. No lo es. Son prácticas distintas, con exigencias distintas. El equívoco surge cuando se presenta a la ilustración como un escalón jerárquico, y no como lo que realmente es: un oficio al servicio de la comunicación.
Por eso sostengo que:
Una ilustración sin ubicación se convierte en presunción.
Puede que estas afirmaciones resulten reiterativas o incluso incómodas. No es un problema. A lo largo de los próximos textos desarrollaré cada uno de los elementos de la cadena ilustrativa para mostrar, con mayor precisión, la distancia real —conceptual y operativa— entre dibujar e ilustrar.
No para excluir, sino para comprender.
No para jerarquizar, sino para nombrar correctamente las cosas.
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En 2020 realicé una temporada del Podcast Sen Imago en la que retomé estas ideas y las adapté al formato sonoro, explorando sus implicancias desde otra cadencia y otro modo de escucha. Quienes deseen acceder a ese material pueden hacerlo en el siguiente enlace: PODCAST
