El ilustrador como lector profesional
Autor> Oscar Senonez / La ausencia de ilustraciones en este artículo es intencional.
En el ámbito editorial, leer no es un acto pasivo. Leer es interpretar, seleccionar, jerarquizar. Bajo esta premisa, el ilustrador no es solo un productor de imágenes: es, ante todo, un lector profesional.
No lee como el lector final, que se deja llevar por el relato. Tampoco lee como el crítico, que evalúa la obra desde una distancia analítica. El ilustrador lee con un objetivo concreto: transformar un texto en una experiencia visual coherente, sin dañarlo ni empobrecerlo.
Ilustrar comienza mucho antes del dibujo. Comienza en la lectura.
Leer para interpretar, no solo para reproducir
El ilustrador produce imágenes, es un hecho. En esencia es un "productor de imágenes". Lo que no es —o no debería ser— es un mero productor automático, un ejecutor visual que traduce palabras en imágenes sin análisis ni criterio.
Una lectura puramente literal no sirve para ilustrar. Convertir palabras en imágenes de manera directa conduce, casi siempre, a la redundancia o a la obviedad. El ilustrador debe leer entre líneas, detectar tensiones narrativas, silencios, climas, contradicciones y subtextos.
El ilustrador trabaja con frases, con escenas y con conceptos, pero no se limita a ellos. Va más allá de la literalidad para alcanzar el sentido. Cuando la lectura se queda únicamente en lo literal, la ilustración se vuelve redundante, pobre o innecesaria. Esto no significa que la literalidad sea inválida: en muchos casos es pertinente y eficaz. El problema aparece cuando se abandona cualquier análisis más profundo del contenido.
El texto no pide ser copiado: pide ser leído visualmente.
Por eso, el ilustrador no trabaja solo con frases, sino con sentidos.
Cada ilustración es el resultado de una pregunta previa:
¿Qué está diciendo realmente este texto?
La lectura como toma de decisiones
Leer profesionalmente implica decidir. Y toda decisión visual es, en esencia, una decisión editorial.
Entre muchas otras cosas, el ilustrador decide:
- Qué momento del relato merece ser visualizado.
- Qué información se omite para no clausurar la lectura.
- Desde qué punto de vista se construye la escena.
- Qué atmósfera acompaña —o tensiona— al texto.
Estas decisiones no son decorativas ni técnicas. Son decisiones de lectura. Por eso, dos ilustradores distintos, leyendo el mismo texto, producirán imágenes radicalmente diferentes. No porque "dibujen distinto", sino porque leen distinto.
Ilustrar es asumir una responsabilidad
Como lo mencioné en artículos anteriores, la imagen fija una interpretación. Una vez publicada, esa lectura visual acompañará al texto durante años, quizás décadas. En muchos casos, será la primera puerta de entrada a la obra.
Por eso, ilustrar no es un acto inocente. El ilustrador editorial asume una responsabilidad similar a la del editor: orientar la experiencia del lector sin imponerla.
Una ilustración puede:
- Expandir el sentido del texto.
- Introducir una distancia reflexiva.
- Enriquecer la lectura.
- O, por el contrario, empobrecerla cerrando interpretaciones posibles.
Todo depende de cómo fue leída la obra en primera instancia.
El ilustrador no "agrega" imágenes
Existe una idea muy extendida —y profundamente errónea— de que la ilustración se suma al texto solo como un mero complemento visual. En realidad, la ilustración forma parte del sistema de lectura.
El ilustrador no agrega imágenes, como quien cuelga cuadros para decorar un ambiente, no: interviene el texto.
Y solo puede hacerlo con honestidad quien ha leído con profundidad.
Aquí aparece una distinción clave:
No todo el que dibuja o pinta puede ilustrar, porque no todo el que dibuja o pinta sabe leer
profesionalmente.
Interpretar también es decidir
Ilustrar es interpretar, e interpretar es elegir. Elegir implica excluir. Toda ilustración deja cosas fuera, enfatiza otras y propone un punto de vista. Esa operación no es decorativa: es editorial.
Aquí aparece una cuestión incómoda pero real del oficio: la posibilidad de traicionar el texto. En términos ideales, la ilustración no debería traicionar al texto. Sin embargo, en la práctica, existen situaciones —especialmente en ilustración periodística o editorial— donde el ilustrador puede no coincidir con la mirada del escritor y aun así verse en la obligación profesional de ilustrar ese contenido.
En esos casos, traicionar sin dañar requiere un nivel alto de oficio, conciencia del medio, conocimiento del cliente y una lectura extremadamente fina del contexto. No se trata de rebeldía caprichosa, sino de una tensión profesional controlada. El ilustrador navega entre lo que piensa, lo que debe hacer y lo que puede permitirse.
Leer define el oficio
El título de "ilustrador" no lo otorga la técnica, el estilo ni la destreza gráfica. Lo define sobre todo la capacidad de leer un contenido, comprender su propósito, su contexto y su público, y traducir esa lectura en una imagen funcional.
Por eso, el ilustrador es, antes que nada, un lector
entrenado.
Un lector que trabaja con imágenes, pero piensa en sentido.
Dibujar y pintar puede hacerlo cualquiera.
Ilustrar exige leer.
La ilustración no comienza dibujando ni pintando: comienza en la lectura.
