Ilustrar es decidir: oficio, conciencia y realidad de la imagen

Autor> Oscar Senonez / La ausencia de ilustraciones en este artículo es intencional.


Luego de haber recorrido los distintos eslabones de lo que denomino la Cadena Ilustrativa, es necesario detenerse un momento. No para añadir un nuevo concepto, sino para aclarar qué es exactamente lo que se ha hecho hasta aquí.

Porque la Cadena Ilustrativa no es una metodología, no es una herramienta, no es un dogma ni un modelo teórico que proponga cómo debería ilustrarse.

La Cadena Ilustrativa es, simplemente, una descripción.

Una descripción del proceso real y objetivo mediante el cual una ilustración llega a existir como ilustración.

Y esta aclaración no es menor.

De la intuición al oficio consciente

Muchos ilustradores trabajan por intuición. Dibujan, prueban, corrigen, vuelven a dibujar. En ese proceso —válido y necesario— intervienen decisiones que muchas veces no se nombran ni se reconocen conscientemente.

La Cadena Ilustrativa no inventa esos condicionantes: los vuelve visibles.

Cliente, público, soporte, contenido, propósito y tiempo siempre están presentes, aun cuando el ilustrador decida ignorarlos. La diferencia entre un trabajo ingenuo y un trabajo profesional no es suprimir estos factores, sino comprenderlos y asumirlos.

Nombrar el proceso no lo rigidiza: lo hace consciente.

Ilustrar no es dibujar bien

Aquí aparece una de las confusiones más extendidas —y más dañinas— del campo visual contemporáneo.

Saber dibujar no convierte a nadie en ilustrador.

Tampoco saber pintar.

Tampoco tener un estilo reconocible.

El ilustrador no se define por su destreza técnica aislada, sino por su capacidad de operar dentro de un proceso condicionado.

Quien solo dibuja o solo pinta puede producir imágenes bellas, potentes o expresivas. Pero si esa imagen no ha atravesado la Cadena Ilustrativa, no estamos frente a una ilustración, sino frente a un acto plástico autónomo.

Todo arte puede ser ilustrativo en un sentido amplio.

Pero eso no significa que todo arte sea ilustración.

Estilo y decisión

En la ilustración, el estilo no es un punto de partida: es una consecuencia.

Cada decisión visual —qué mostrar, qué omitir, cómo jerarquizar, qué tono adoptar— responde, de manera directa o indirecta, a alguno de los eslabones de la cadena.

Cuando el estilo se antepone al proceso, la ilustración corre el riesgo de volverse autorreferencial. Puede impresionar, puede destacarse, pero puede fallar en su función ilustrativa.

Ilustrar no es imponer una mirada personal a cualquier contenido, sino hacer dialogar esa mirada con una realidad concreta.

La falsa libertad creativa

Existe una idea romántica —muy difundida— de que la ilustración debería ser un territorio de libertad absoluta.

Esa idea confunde dos oficios distintos.

El pintor o el dibujante pueden darse el lujo de trabajar desde el impulso, la emoción o la necesidad interna. El ilustrador, en cambio, trabaja desde un encargo, explícito o implícito.

La ilustración nace condicionada.

Eso no la empobrece: la define.

La creatividad del ilustrador no consiste en hacer lo que quiere, sino en encontrar soluciones visuales dentro de límites reales. Límites que no son arbitrarios, sino estructurales al oficio.

Ilustrar es asumir responsabilidad

La ilustración comunica.

Aclara, atrae, informa, embellece, opina, entretiene.

Nunca es neutra.

Comprender la Cadena Ilustrativa implica asumir que cada imagen afecta a alguien, en un contexto específico, con una intención concreta. Ignorar eso no vuelve a la imagen más libre: la vuelve irresponsable.

El ilustrador profesional no es quien dibuja mejor, sino quien entiende qué está haciendo, para quién, por qué y en qué condiciones.

La Cadena Ilustrativa como descripción del oficio

Vuelvo a insistir:

La Cadena Ilustrativa no prescribe.

No indica cómo ilustrar.

No ofrece recetas.

No otorga permisos ni prohíbe caminos.

Simplemente describe el proceso real por el cual una imagen se convierte en ilustración.

Y es justamente esa comprensión del proceso lo que define el título de ilustrador.

Ese título, hoy, se encuentra profundamente bastardeado. Se aplica con ligereza a cualquiera que produzca imágenes, sin atender a la naturaleza del oficio.

Por eso era necesario aclarar los términos.

Porque ilustrar no es una pose, ni una etiqueta, ni un estilo visual.

Ilustrar es un oficio.

Y como todo oficio, exige conciencia de su práctica, de sus límites y de su realidad objetiva.

Ilustrar no es producir imágenes: es asumir un oficio y hacerse cargo de lo que se comunica.