Ilustrar sin adelantar: la ética del punto de lectura

Autor > Oscar Senonez /La ausencia de ilustraciones en este artículo es intencional.


Una de las decisiones más delicadas en ilustración editorial no tiene que ver con el estilo, la técnica o la composición, sino con el momento exacto del relato que se está ilustrando. No toda ilustración debe responder al sentido global de la historia. En muchos casos, debe responder únicamente a lo que el lector sabe —y siente— en ese punto preciso de la lectura.

Ilustrar no es anticipar. Ilustrar es acompañar sin empujar en el recorrido narrativo.

El punto de vista del lector

Cuando un ilustrador trabaja sobre un texto narrativo, suele conocer el final. Conoce los giros, las revelaciones, las verdaderas intenciones de los personajes. Sin embargo, ese conocimiento es un privilegio profesional, no un permiso narrativo.

El lector que avanza página a página no sabe lo que ocurrirá después. Vive la historia desde la incertidumbre, la sospecha, el miedo o la expectativa. Si la ilustración introduce información que el texto aún no reveló, la imagen deja de acompañar la lectura para condicionarla.

En esos casos, la ilustración no ilumina: spoilea.

Cuando el ilustrador sabe más que el lector

En una ocasión me encontré ilustrando una escena de tensión: un personaje se sentía atrapado, observado, vulnerable. El texto, en ese punto, no revelaba aún quién era peligroso y quién no. La amenaza era ambigua. Justamente ahí residía su fuerza.

Mi decisión fue ilustrar esa ambigüedad. Construí la escena desde la mirada del personaje —y del lector—: encierro, sombras, tensión, gestos imprecisos. No había certezas, solo percepción.

La corrección que adelanta

Desde la edición surgió una observación concreta: modificar el gesto de uno de los personajes para hacerlo claramente inofensivo, incluso temeroso. La intención era comprensible: al conocer el desenlace, ese personaje no debía "parecer" peligroso.

Pero ahí estaba el problema.
Ese desenlace aún no existía para el lector.

La ilustración, tal como se proponía corregir, adelantaba una información que el texto todavía no había dado. Revelaba algo que la narración había decidido postergar. No era un problema de dibujo, sino de tiempo narrativo.

Ilustrar el momento, no el futuro

Sostengo que una ilustración no siempre debe responder al sentido total de la historia, sino al punto exacto en el que se inserta

En ese caso, ilustrar "correctamente" al personaje era, en realidad, spoilear visualmente. Quitarle al lector la posibilidad de sospechar. Resolverle antes de tiempo un conflicto que el texto todavía estaba construyendo.

Ilustrar desde el futuro del relato puede arruinar el presente de la lectura.

La imagen también narra en secuencia

Un libro no se lee de golpe. Se lee con pausas, avances, retrocesos. La ilustración editorial, por lo tanto, también es temporal. Existe en relación a lo que ya pasó y a lo que todavía no ocurrió.

Mostrar demasiado pronto que alguien no es una amenaza, suavizar una escena que el texto plantea como inquietante, o tranquilizar visualmente al lector antes de tiempo, no es una decisión estética: es una decisión narrativa.

Y toda decisión narrativa tiene consecuencias.

Decidir no insistir

Finalmente acepté la modificación. No porque estuviera convencido de que era la mejor solución narrativa, sino porque también entiendo algo más: la ilustración es un oficio inserto en un engranaje editorial, no un gesto aislado.

Eso no invalida la reflexión. Al contrario: la vuelve necesaria.

Porque estas situaciones revelan algo fundamental sobre el trabajo del ilustrador: no solo dibujamos escenas, sino que administramos información.

Ilustrar es respetar la experiencia del lector

Ilustrar no consiste en explicar de más ni en corregir la lectura del texto. Consiste en acompañarla el recorrido. A veces, eso implica sostener la duda, el malestar o la ambigüedad.

No mostrar algo no es omitir por falta de ideas. Es una decisión consciente.

Ilustrar es también respetar la experiencia de lectura. Ilustrar, en estos casos, es esperar.

Ilustrar una escena, no el desenlace

Existen relatos que admiten —o incluso requieren— ilustraciones conceptuales, imágenes que condensan el sentido general de la obra o anticipan simbólicamente su resolución. Pero no todas las historias funcionan de ese modo.

Cuando se ilustra una escena concreta, ubicada en un punto preciso del relato, la ilustración debe responder a la lógica interna de ese momento, no a la explicación posterior. El ilustrador no ilustra "lo que es", sino lo que parece ser para quien está leyendo.

En ese instante narrativo, el peligro puede ser ambiguo. La amenaza puede no estar identificada. El miedo puede ser difuso. Y la ilustración, si es honesta con la lectura, debe sostener esa ambigüedad.

Revelar demasiado pronto quién es inocente o quién es culpable no es una decisión estética: es una decisión narrativa. Y , a mi criterio, suele ser una mala decisión.

La ilustración como experiencia temporal

Un libro se lee en secuencia. La ilustración editorial, por lo tanto, también es temporal. Existe en relación a un antes y un después.

Por eso, una ilustración no siempre debe obedecer al contexto general de la historia, sino al fragmento narrativo en el que está inserta. Ilustrar desde el futuro del relato puede arruinar el presente del lector.

El ilustrador profesional debe preguntarse:

  • ¿Qué sabe el lector en este punto?

  • ¿Qué sospecha?

  • ¿Qué teme?

  • ¿Qué todavía no puede saber?

Responder mal a esas preguntas implica intervenir el texto de manera indebida.

Ilustrar es leer con responsabilidad

Este tipo de decisiones rara vez son visibles para quien observa el libro terminado. Pero forman parte del oficio. Son elecciones que definen si una ilustración acompaña, ilumina o interfiere.

Ilustrar no consiste en hacer una imagen "correcta" en términos morales o explicativos, sino una imagen justa en términos narrativos.

Porque una buena ilustración no adelanta respuestas. Sostiene preguntas.