La cadena ilustrativa II — El público
Autor> Oscar Senonez / La ausencia de ilustraciones en este artículo es intencional.
Este texto fue escrito originalmente en 2009. Lo reescribo hoy, no para corregirlo sino para afinarlo: para situarlo frente a nuevos lectores, nuevos contextos editoriales y con la perspectiva que da el tiempo de oficio. El planteo sigue siendo el mismo, pero la responsabilidad intelectual también creció. La curiosidad por el texto original puede satisfacerse en Sen Imago
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Luego de haber analizado el rol del cliente, avanzamos hacia otro de los cinco eslabones fundamentales de la cadena ilustrativa: el público.
Entendemos por público al lector o destinatario final de la ilustración. Es el punto de llegada del recorrido. Aquello hacia lo cual todos los elementos de la cadena —cliente, soporte, contenido y propósito— terminan orientándose.
El público es quien verá la ilustración una vez que esta haya sido atravesada, modificada y condicionada por cada estación del proceso. Es, en última instancia, quien la interpreta.
El público no es un concepto abstracto
Cuando hablamos de público no nos referimos aquí a categorías sociológicas amplias ni a terminología publicitaria como target o mercado objetivo. Tampoco a perfiles estadísticos o demográficos.
Hablamos del público como un tipo de lector definido.
Pensar en el público implica preguntarse para quién se ilustra. Y esa pregunta no es decorativa: modifica la ilustración desde sus cimientos.
No es lo mismo ilustrar para niños que para adultos. No es lo mismo ilustrar para lectores expertos que para lectores ocasionales. No es lo mismo ilustrar para un contexto educativo, literario, periodístico o publicitario. Cada público posee códigos propios, expectativas, umbrales de lectura y formas particulares de decodificar la imagen.
Conocer al lector
El ilustrador debe documentarse, investigar y familiarizarse con el mundo del lector al que se dirige. Cuanto más conozca al público, mayor será su sensibilidad para saber cómo llegar a él.
Esto no significa subestimarlo ni simplificarlo. Todo lo contrario. Conocer al público permite evitar lugares comunes, clichés innecesarios o decisiones visuales que entorpezcan la lectura.
Pensar en el público obliga al ilustrador a transitar caminos que quizás no hubiera considerado desde una lógica puramente personal o estilística. Lo saca de su zona de comodidad y lo devuelve al terreno de la comunicación.
Riesgos de ignorar al público
Cuando el público no es considerado, la ilustración corre el riesgo de perder su capacidad de iluminar. Puede confundir, desorientar o incluso resultar ofensiva.
Subestimar al lector es tan problemático como ignorarlo. En ambos casos, la ilustración deja de cumplir su función y se transforma en un obstáculo más que en un puente.
El desafío se amplifica cuando el ilustrador trabaja para otras culturas, para distintos contextos sociales o para lo que podríamos llamar "tribus" lectoras específicas: públicos altamente instruidos, lectores no alfabetizados, infancias de distintas edades, comunidades con códigos visuales propios.
Cada uno de estos públicos exige una escucha particular y una traducción visual consciente.
Un eslabón que condiciona
La consideración del público afecta de manera directa a la ilustración final. Y en muchos casos es el propio cliente quien pone este factor sobre la mesa, recordando al ilustrador que su trabajo no termina en la mesa de dibujo, sino en la experiencia del lector.
En la cadena ilustrativa, el público no es un destinatario pasivo: es una presencia activa que condiciona decisiones, orienta recursos y define el alcance real de la ilustración.
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En 2020 realicé una temporada del Podcast Sen Imago en la que retomé estas ideas y las adapté al formato sonoro, explorando sus implicancias desde otra cadencia y otro modo de escucha. Quienes deseen acceder a ese material pueden hacerlo en el siguiente enlace: PODCAST
